De la serie Inmortalidad, inspirado en los textos de la novela homónima de Milan Kundera.
Desde una silla incómoda, a media noche, te escribo para pedirte que me dejes por siempre.
Te he engañado, inmortalidad.
Como fiel amante tuyo, he sucumbido a los placeres de la mortalidad.
Me he visto atrapada entre espinas de doloroza dulzura, me he llenado la vista con imágenes de pasajera hermosura, y a mi memoria han vuelto los momentoss furtivos, que tanta vida me dieron en el pasado.
Te he engañado con el amor que no pudo ser, y que dejó de serlo.
Le he soñado a mi lado, en oceanos de luz, como si la indeferencia se hubiera borrado del mundo. Le he soñado amandome como alguna vez sintió.
Lo imaginé sentado en su trabajo, con la mente vagando, en escenarios tan inciertos e inesperados, en los que yo era la protagonista.
Y pequé al querer que engañara, a lo que le dicta su corazón.
Pensé que ignorando el pasado, este se esfumaría. Pero no, solo me volví una mentirosa. Me mentí a mi misma.
Inmortalidad, no te merezco. Veo como tus frágiles dedos rozan las bocas de aquellos, a los que tanto celo, de los que se crecen en su éxito. Y yo, en mis miedos, me empequeñesco, dejo de existir, y sólo tú, con tu amor, crees que puedo alcanzarte.
No me dejes, te lo ruego. En la mente del imaginante, tu eres como un cielo, y la pasión sin destino, el infierno de los mortales.
Mortalidad te quiere cerca y lejos, en el futuro y en el pasado.
Te ve y te ignora. Es que eres tan confusa.
Te lloro y cierro mi carta a ti. Sé que no existes, pero me da miedo fallarte, mi querida inmortalidad...
¿Algún día querrás besarme?
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