Una vez una persona sabia me dijo que la vida no era una recolección de momentos efímeros, si no el conjunto de todo aquello que había sido importante para nosotros.
Y como todo sabio aprendiz, seguí las enseñanzas de aquellas personas que yo sabía, podrían decirme algo interesante.
Un buen día, como todos los demás, me encontré a un profeta, un visionario, un genio.... bueno pues, sentí que había encontrado a mi santo grial, a mi infinito, a mi todo en una persona tan imponente y bonita, tan elegante, tan perfecta y superior a mí, que no dude en tratarlo por un momento como el mismísimo Dios. Y como borreguito lo seguí de aquí a allá, escuchando su palabra sin cansancio, sus muy sonadas letanías que convencían a la gente con verdades irrefutables, a las que mis sentidos respondían con tanta naturalidad, que parecía que emanaban de mi ser.
Hasta que un día, conocí la injusticia propiciada por mi propio maestro.... y en un segundo, comprendí la verdad. Entendí que aquél genio al que tanto admiraba era solo un mentiroso, un ilusionista que transformaba su entorno para manipular a cuanta gente quisiera, un heredero antiguo de los sofistas que transmutaban las cosas a su conveniencia. Y sin preámbulos de ira o gloria, me deje ir...
-Alejandra Cárdenas B.
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