Una vez una persona sabia me dijo que la vida no era una recolección de momentos efímeros, si no el conjunto de todo aquello que había sido importante para nosotros. Y como todo sabio aprendiz, seguí las enseñanzas de aquellas personas que yo sabía, podrían decirme algo interesante. Un buen día, como todos los demás, me encontré a un profeta, un visionario, un genio.... bueno pues, sentí que había encontrado a mi santo grial, a mi infinito, a mi todo en una persona tan imponente y bonita, tan elegante, tan perfecta y superior a mí, que no dude en tratarlo por un momento como el mismísimo Dios. Y como borreguito lo seguí de aquí a allá, escuchando su palabra sin cansancio, sus muy sonadas letanías que convencían a la gente con verdades irrefutables, a las que mis sentidos respondían con tanta naturalidad, que parecía que emanaban de mi ser. Hasta que un día, conocí la injusticia propiciada por mi propio maestro.... y en un segundo, comprendí la verdad. Entendí que aquél genio a